Posibles manifestaciones de inteligencia en el cosmos

Figura 1: Dentritas neuronales, sistema análogo a las bacterias conectadas con nanocables entre sí en el océano. Figura tomada de https://d2r55xnwy6nx47.cloudfront.net/uploads/2020/01/Neuron_2880x1220_Lede_HPA.jpg

Los seres humanos estamos en permanente contacto con diversas formas de vida presentes en nuestro entorno: desde todas las personas que nos encontramos diariamente hasta algunos animales y plantas que pueblan nuestras ciudades. Sin embargo, hay otro tipo de seres vivos a los cuales no estamos tan acostumbrados, como las bacterias y los microorganismos que, a pesar de ser prácticamente imperceptibles, nos sobrepasan de amplia manera en número. Quizá es difícil relacionarse con un organismo que no podemos sentir en la mayoría de ocasiones y que no es capaz de manifestarse a nuestra escala, pero quizá sea necesario empezar a acostumbrarse a darle importancia a estos seres no solo con miras a una mejor diversidad biológica, sino porque quizá en el futuro, en el cual los humanos podamos viajar libremente por el sistema solar, o siendo muy optimistas, por la Vía Láctea, debamos fijarnos en las pequeñas cosas para descubrir vida o probablemente inteligencia en los sitios más inesperados.

Un ejemplo de estos sitios inesperados se encuentra probablemente en el océano. Ciertamente el océano se encuentra lleno de vida, de tal forma que algunos científicos llegan a teorizar que el conjunto de todos estos organismos más los procesos geológicos del océano forman una especie de metabolismo que se regula a sí mismo y que interactúa con su entorno a través del contenido químico de las aguas oceánicas, las corrientes y los movimientos telúricos en las capas superiores de la corteza. Sin embargo, son pocos los científicos que se han preguntado si el océano terrestre es un ser capaz de pensar de forma autónoma. Evidencia reciente sugiere que existen conglomerados de bacterias en la zona superficial del océano conectadas mediante nanocables capaces de transmitir impulsos eléctricos, en una disposición no muy distinta a la de las neuronas en nuestro cerebro, pero en una escala muchísimo más grande. Los impulsos eléctricos seguramente tardarán en consecuencia mucho más en transmitirse a lo largo de la vastedad del océano en comparación con la velocidad a la que nuestro cerebro piensa, pero tampoco se debería descartar la posibilidad de que el océano piense como nosotros si aceleramos el paso del tiempo. De hecho, si por regla de tres se considera que mientras más grande es el cerebro, mayor es la capacidad mental, el océano podría ser más inteligente que nosotros, pero a una escala de tiempo que no comprendemos aún: un pensamiento del océano podría durar años o décadas.

Puede que el océano sea un ser pensante, pero incapaz de transmitir sus pensamientos de forma tangible, dado que hasta ahora se desconoce algún mecanismo o proceso físico con el cual las bacterias que generan este conglomerado de sinapsis puedan alterar su ambiente. Esto generaría la posibilidad de que, como ser pensante, el océano está aislado completamente del mundo físico y solo existe, justo como reza la famosa máxima “pienso, luego existo”. De todas formas, darnos cuenta de que efectivamente de este conjunto de bacterias y conexiones surge una inteligencia resultaría una tarea titánica, si no imposible, dado que habrían limitaciones técnicas para entablar algún tipo de conversación con el océano y también habrían problemas al momento de interpretar la respuesta, que, en el caso de que el océano vaya a un ritmo cronológico distinto al nuestro, podría tomar décadas en llegar.

Naturalmente, considerar la posibilidad de que el océano sea un ser pensante también abre las puertas a considerar que cosas que aparentemente no están vivas generen algún tipo de inteligencia y quizá de consciencia únicamente a partir de la emergencia de sistemas simples organizados de forma compleja. Ejemplos fehacientes de ello son los algoritmos de redes neuronales, formados por “neuronas” con salida numérica que al unirse en una red pueden llegar a predecir de forma supervisada o no supervisada la división en grupos de un conjunto de datos. Claro que a una red neuronal a la fecha le falta mucho para considerarse inteligente, pero sigue siendo un primer paso, y quizá si se llega a imitar la complejidad del cerebro humano con uno de estos algoritmos, se podrá imitar también la consciencia e inteligencia humana.

Otro ejemplo proveniente del mundo natural de estos fenómenos emergentes son los bosques, que mediante la interacción e intercambio de información entre sus raíces pueden comunicarse la presencia de plagas, pueden darle nutrientes a su descendencia (los árboles de alguna forma saben cuáles son sus “hijos”), y todo lo hacen sin un sistema nervioso. Con ello, se abre la posibilidad no solo de que exista una inteligencia colectiva formada por la complejidad de las conexiones de ciertos individuos, sino que también puede pasar que la transmisión de información se dé mediante mecanismos químicos. Y así, realmente no se puede discernir cuáles son los mecanismos físicos predilectos con los cuales los seres pensantes razonan en el universo.

Con todo este abanico de posibles seres pensantes, habría que mantener los ojos bien abiertos al momento de realizar exploraciones extraterrestres para identificar vida e inteligencia en otros planetas,  porque la cultura popular nos tiene acostumbrados a los extraterrestres con aspecto antropomórfico y con cierto tipo de lenguaje sonoro, pero esta concepción puede estar sesgada por nuestra experiencia con las formas de vida terrestres. Puede ocurrir que la vida siga los mismos patrones en todo el universo o, de forma más probable, que la vida se adapte a las condiciones propias de cada planeta. Siendo así, puede que haya seres inteligentes con los que nunca podamos comunicarnos, y que quizá nunca podamos catalogar como tales. Una de las primeras personas en abordar esta posibilidad en la ciencia ficción fue el escritor polaco Stanisław Lem en su obra titulada “Solaris”, que no solo explora la profundidad del subconsciente humano, sino que también analiza la situación en la que la humanidad se encuentre con un ser pensante de dimensiones planetarias cuyos pensamientos se manifiestan a escala continental y con la capacidad de controlar la órbita de su planeta en un sistema estelar binario, sugerencia de que es capaz de entender y aplicar los conceptos básicos de la relatividad general, sin ser más que un océano de un líquido gelatinoso.

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Figura 2: Solaris, planeta ubicado en un sistema estelar binario, escenario de la historia del libro homónimo de Stanisław Lem. Figura tomada de: https://mir-s3-cdn-cf.behance.net/project_modules/max_1200/845e5e44038011.5805e59a96ce6.jpg

Justo como con el océano terrestre, las posibilidades de comunicarse con el océano de Solaris son remotas, sino imposibles, por la increíble diferencia entre nosotros y un ser del tamaño de un planeta. Al final, lo que sugieren todos estos sistemas complejos de la ficción y la realidad es la posibilidad de que el universo no se adapte a lo que esperamos de él en lo que refiere a los seres vivos y pensantes, porque, como dice el doctor Snaut en la novela de Lem [1]:

Salimos al cosmos preparados para todo, es decir: para la soledad, la lucha y la muerte. La modestia nos impide decirlo en voz alta, pero a veces pensamos, de nosotros mismos, que somos maravillosos… No buscamos nada [en el cosmos], salvo personas. No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Con uno, ya nos atragantamos. Aspiramos con dar con nuestra propia e idealizada imagen…

 

Para concluir, esto no solo nos hace pensar en las múltiples posibilidades en las cuales se puede llegar a manifestar la inteligencia en el cosmos, sino que también nos permite apreciar las pequeñas cosas como engranajes fundamentales de fenómenos emergentes que pueden llegar a generar al menos mecanismos biológicos o geológicos que mantienen la biosfera terrestre sana.

 

REFERENCIAS

 [1] Stanisław Lem. Solaris. Onceava edición. Editorial impedimenta. Traducción de Joanna Orzechowska.

 

 

Carácter Académico: Institución Universitaria. Personería Jurídica por Resolución 18537 del 4 de noviembre de 1981 del Ministerio de Educación Nacional. Institución de Educación Superior sujeta a inspección y vigilancia por el Ministerio de Educación Nacional (Art. 2.5.3.2.10.2, Decreto 1075 de 2015). Vigilada Mineducación.
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